MARÍA GIMENO
INSOMNIO
A los 12 años desarrollé un insomnio crónico que marcaría la mayor parte de mi vida. Puedo afirmar que todo mi desarrollo espiritual, ha sido una consecuencia indirecta de buscar una solución a mis problemas para dormir. Gracias al Pranayama y la meditación, hoy en día, puedo decir que duermo a pierna suelta.
INICIOS
Antes de interesarme por el yoga, practiqué Taichí durante un año. Siendo la memoria una de las facultades más afectadas por la privación de sueño terminé desistiendo, incapaz de memorizar aquellas complejas coreografías.
En la búsqueda de una nueva disciplina introspectiva, me inicié en el mundo del yoga con videos de YouTube. Recuerdo que el primer estilo que me llamó la atención fue el Kundalini. Vaya, hacía lo que podía, sin maestro, ni constancia en la práctica.
AUSTRALIA
De mochilera por Australia, me estaba quedando sin dinero y fui a parar a una granja de Hare Krishna. Aquí tuve la oportunidad de probar diferentes estilos de yoga (y un montón de comida india). Solo me tomó una clase de Asthanga para darme cuenta que que había encontrado mi estilo de yoga.
BILBAO
A mi vuelta a Bilbao, acababan de abrir una escuela de Asthanga yoga, todo parecia cosa del destino. Durante los próximos 5 años me formé en esta disciplina, al tiempo que experimentaba con otras técnicas y estilos.
BALI
Pasé mes y medio en un centro de yoga en Bali, donde tenía acceso ilimitado a todo tipo de clases de yoga a lo largo del día. En esta ocasión me familiaricé con los estilos Aerial, Acro y Yin yoga. Además de practicar Hata y Asthanga con diferentes profesores, ampliando así mi visión de ambos estilos.
Mis problemas para conciliar el sueño persistían pese a la practica indiscriminada de posturas de yoga. Me desahogue con un amigo acerca de la falta de descanso profundo que sufría, y me hizo ver que el pranayama podía ser la solución que andaba buscando.
Él acababa de volver de una larga estancia en un ashram de yoga en India. Durante este periodo conoció a un chico con el mismo problema que yo le estaba contando. Tras años de insomnio, este chico consiguió relajar la mente y el cuerpo, por primera vez después de una clase de pranayama, y en consecuencia dormir placidamente.
INDIA
Ya había tenido alguna pequeña incursión en Pranayama en las clases de Asthanga y Hata, pero siempre lo abordaban como un complemento a la práctica de asanas, dedicándole unos pocos minutos al final de la sesión.
Sabía que para aprender esta técnica en profundidad, debía viajar a la cuna del yoga. Así, un año después me encontraba en India, decidida a encontrar un profesor que me enseñara el arte del Pranayama. Y como dicen, cuando el alumno está listo, el maestro aparece.
Tuve la fortuna de tener un maestro solo para mí. Cada día, durante 9 horas, recibía clases que abarcaban filosofía, asanas, pranayama y meditación, guiadas por la persona más espiritualmente avanzada que he conocido. Mi espacial interés en las técnicas de respiración, hizo que estas fueran el punto central de nuestras clases.
Después de un mes en casa de Sahai, sus enseñanzas se convirtieron en el conocimiento más valioso que he adquirido en mi vida. Aun a día de hoy, tras haber meditado con más de una docena de profesores de meditación, él sigue siendo mi gran maestro y le estaré eternamente agradecida.
INDIA
Un año después estaba en India dispuesta a aencontrar un profesor que me enseñara el arte del Pranayama. Y siempre que el alumno esta preparado, aparece el maestro.
Después de un mes en casa de Sahai, sus enseñanzas se convirtieron en el conocimiento más valioso que he adquirido en mi vida.
Tras mi paso por India, mi visión del yoga cambió radicalmente. Con Sahai aprendí que en yoga nunca se debe forzar el cuerpo, ya que hacerlo contradice la esencia misma de esta disciplina. Me enseñó que todos estilos de yoga moderno tienen su origen en el Hata yoga, y que la verdadera esencia del yoga se encuentra en la meditación, no en la práctica de posturas.
Este nuevo enfoque provocó una tensión interna en mi percepción de la práctica de Ashtanga. Para Sahai, el Ashtanga era simplemente un ejercicio físico, no una verdadera práctica de yoga. Además de ser físicamente exigente, requiere la asistencia de un profesor para las posturas difíciles, algo que él rechazaba, insistiendo en que un verdadero maestro nunca debe tocar a sus alumnos.
DEJO ASTHANGA
Después de varias lesiones y muy a mi pesar, tuve que dejar de practicar Asthanga.
Esto supuso una gran derrota personal y tuve que replantearme que iba a ser el yoga para mí a partir de entonces.
Sería en este momento cuando las circunstancias me forzaron a integrar todo lo aprendido en mis viajes.
HATA YOGA
Desde una visión occidental del yoga, que pone las posturas como elemento central de la práctica, el Hata nunca había tenido demasiado interés para mí, tenía la impresión de que era muy suave.
Lesionada empecé a integrar mis posturas y estilos favoritos. Fusioné el enfoque del Hata yoga, de no forzar el cuerpo, con el Yin yoga, sosteniendo cada posturas durante varios minutos.
Fui experimentando hasta encontrar una secuencia de 30 minutos que pudiese poner en práctica hasta en los días más ajetreados.
MEDITACIÓN
Mi encuentro con la meditación fue un regalo inesperado tras el final de una relación amorosa. Mi diafragma estaba tan contraído que no podía practicar pranayamas y simplemente me quedé quieta, sin moverme, sentada con las piernas cruzadas y la espalda recta.
Tras varios minutos respiré con fuerza y toda mi espalda crujió de golpe. Aluciné y tuve la realización de que eso debía de ser meditar.
Durante 2 años experimenté por mi cuenta, focalizando la atención en objetos externos y en las zonas doloridas de mi cuerpo. Hasta que descubrí distintas técnicas de meditación zen y llevé la atención de fuera hacia adentro.
Tras 5 años meditando a diario, mi vida ha dado un giro de 360º y quisiera enseñar a otras personas las claves que me han llevado a desarrollar una práctica diaria.